No me considero una persona atea, sin embargo, no voy a misa todos los domingos, no rezo en las noches, ni rezo antes de ingerir alimentos. La última misa a la que fui, fue el viernes que pasó, y no precisamente porque me antojara. El viernes la misa fue por mis abues, que si eran súper católicos. Me sentí fuera de lugar, y me aburrí.
Sé que tengo que decir en cada parte de la misa: este es el sacramento de nuestra fe… anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven señor Jesús. Se cuando debo persignarme. Sé cuando debo arrodillarme, aunque también se que no estoy obligada a hacerlo. Sé que cuando toca el momento de dar la paz, debo hacer un giro de 360 grados y saludar a todos a mi alrededor, aunque me den miedo. Sé que si no me he confesado, sería fresco de mi parte ir a comulgar. Y es que no por las puras estudié durante 11 años de mi vida en un colegio religioso, en donde hacían misa hasta por el cumple del vigilante.
Igual mantengo cierta de la carga religiosa, recibida por tantos años. Por ejemplo, me persigno al salir de mi casa, sobre todo cuando se va a quedar sola; me persigno cuando paso por la imagen de san Martín de Porres que está en la puerta del mercado; tengo la imagen de la virgen María en mi cuarto (aunque esta la puso mi madre).
La primera comunión la hice, porque en el colegio me obligaron. No por nada mi colegio era de monjas, y si alguna se negaba a hacerlo, sería “mal vista”. Nos preparamos en una iglesia cercana al cole. Teníamos que ir los domingos, a la catequesis. Y luego de no sé cuánto tiempo, llegó el día de la primera comunión. Todas de blanco, angelicales, virginales, entramos a la iglesia en fila india, con las manos juntas, como rezando. Y luego de escuchar la misa, nos fuimos a tomar un desayuno que había organizado el cole. Al salón solo entrabamos las alumnas, algunas profes y el fotógrafo. Todos los papas tenían que esperar afuera, mirando por las ventanas. En el desayuno, intercambiamos las famosas estampitas, o algo así como recuerdos. Debías tener todos, parecía que intentábamos completar un álbum de figuritas.
Sé que tengo que decir en cada parte de la misa: este es el sacramento de nuestra fe… anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven señor Jesús. Se cuando debo persignarme. Sé cuando debo arrodillarme, aunque también se que no estoy obligada a hacerlo. Sé que cuando toca el momento de dar la paz, debo hacer un giro de 360 grados y saludar a todos a mi alrededor, aunque me den miedo. Sé que si no me he confesado, sería fresco de mi parte ir a comulgar. Y es que no por las puras estudié durante 11 años de mi vida en un colegio religioso, en donde hacían misa hasta por el cumple del vigilante.
Igual mantengo cierta de la carga religiosa, recibida por tantos años. Por ejemplo, me persigno al salir de mi casa, sobre todo cuando se va a quedar sola; me persigno cuando paso por la imagen de san Martín de Porres que está en la puerta del mercado; tengo la imagen de la virgen María en mi cuarto (aunque esta la puso mi madre).
La primera comunión la hice, porque en el colegio me obligaron. No por nada mi colegio era de monjas, y si alguna se negaba a hacerlo, sería “mal vista”. Nos preparamos en una iglesia cercana al cole. Teníamos que ir los domingos, a la catequesis. Y luego de no sé cuánto tiempo, llegó el día de la primera comunión. Todas de blanco, angelicales, virginales, entramos a la iglesia en fila india, con las manos juntas, como rezando. Y luego de escuchar la misa, nos fuimos a tomar un desayuno que había organizado el cole. Al salón solo entrabamos las alumnas, algunas profes y el fotógrafo. Todos los papas tenían que esperar afuera, mirando por las ventanas. En el desayuno, intercambiamos las famosas estampitas, o algo así como recuerdos. Debías tener todos, parecía que intentábamos completar un álbum de figuritas.
Y luego de comer, conversar, tomarnos fotos e intercambiar estampitas, cada una se fue con su familia. Ese día parecía mi cumpleaños, todos me saludaban y felicitaban; e incluso algunos me daban regalos.
Pero bueno, no sentí nada especial la verdad. Es decir, no sentí que haya madurado, ni crecido, ni nada parecido.
Creo que esos sentimientos hicieron que, ya cuando estaba en secundaria, “lista” para la confirmación, me rechazara a hacerla. Sentí que en ese momento tenía cosas más importantes por hacer, que ir a las charlas que eran los días sábados. Pensé que lo haría después, “más adelante” decía yo. Pero, bueno, ya han pasado varios años desde que mi “más adelante” salió de mis labios. Igual, se que tarde o temprano lo haré, quizás cuando me case.
Quién sabe…
pues yo no voy a misa hace como 4 meses... qué cosas, no?
ResponderEliminarsé que dios esta por aquí pero no lo considero mi mejor amigo... no es mi pataza pero por algo está!
bueno yo no iba a misa hace 15 años hasta el 1 de agosto q fue el matri de una amiga y no podía faltar, claro que en la misa me estaba quedando dormido no porque me aburriera, ya que el padrecito viejito pero con frases modernas nos hacía reir de vez en cuando jaja si no que no había dormido bien la noche anterior y bueno consecuencias, ahora que vuelva a ir a mis mmmmm no se dentro de cuanto tiempo lo vuelva a hacer, es posible que para otro matrimonio o quien sabe...
ResponderEliminarLo que se es que soy agnóstico, no por que quiera darle la contra a todo el mundo, lo soy hace más de 10 años así que no es mero juego, mis motivos tendré (y los tengo) mis argumentos tendré (y los tengo) y ya en algún post los pondré jaja...
Besitos :D