sábado, 26 de septiembre de 2009

Carteras que duelen

Hoy fue una mañana más. Una mañana de levantarme temprano, para ir al trabajo. Aunque bueno, hoy tenía chance de dormir una horita más porque mi hora de ingreso los días sábados es a las 9am.
Tome la combi acostumbrada, que me llevaría al ovalo de Miraflores, donde hago conexión hacia mi chamba.

A cierta altura de mi camino logré conseguir asiento. El carro estaba con regular gente parada, y a lo lejos escuchaba al cobrador gritar: “avancen por favor, al fondo hay sitio. Colabore pues señorita”. No le prestaba atención, y me concentraba en la música que escuchaba.

En algún momento subió una señora, no muy mayor, y se paró cerca de mi asiento. Traía una gran cartera que parecía de piel de tigre, y, tal como hacemos las mujeres, la puso delante de ella.

Llegamos a la mitad de mi recorrido, y el carro empezó a correr como si lo persiguiera la policía. Yo no me hacía problemas, porque había salido algo tarde de casa y debía llegar al trabajo.

La señora con la cartera de tigre, empezaba a tambalearse por la velocidad que cada vez iba en aumento. El carro frenaba en seco, aceleraba de improviso, y tanto la gente parada como la sentada sufrían por los temerarios movimientos.

Yo veía cada vez más cerca de la señora y su cartera, y ya me disponía a pararme para darle mi asiento, puesto que la señora no aguantaba más el viaje (y para variar no había caballeros en la combi que le pudieran dar su asiento).

Cuando mi cabeza ya pensaba que era mejor darle mi asiento, el carro frenó en seco, y con la frenada, la cartera de tigre decidió empotrarse en mi ojo derecho. Fue un golpe seco directo al hueso de la parte inferior de mi ojo derecho, justo con la punta de la cartera, que, lamentablemente no era de un material suave.

No hice otra cosa que cerrar el ojo, y llevarme la mano a la cara. Me dolía, y las lágrimas no tardaron en salir. No es que empezara a llorar, solo brotaron lagrimas ya que tengo la vista sensible (no puede entrarme nada al ojo porque me lagrimea). Escuché a la señora decir: ay perdón!... y sentía que me tocaba la cabeza en evidente arrepentimiento y preocupación. Yo no decía nada, solo estaba con la cabeza abajo, y seguía tocándome el ojo.
Saque mi espejo y me mire en él, rogando por no ver un gran golpe o herida. Por suerte, mis ruegos fueron escuchados, y mi ojo estaba intacto, algo rojo, pero intacto.

Solo unos minutos después del golpe la señora se bajó, y escuchaba que le decía a alguien lo que había pasado. A mi no me interesaba, solo me preocupaba que, aquel golpe con la cartera de tigre, no traiga secuelas que luego hagan pensar que soy una mujer maltratada.

Ya son casi las 10am, a poco menos de dos horas del golpe, y el dolor aún me acompaña. Esperemos que durante el resto del día decida por fin dejarme.

1 comentario: